Cuando empecé a dirigir una partida de elfos oscuros, di unas pinceladas muy amplias pero descriptivas sobre su sociedad, en mi ambientación, y se las proporcioné a las jugadoras para que supieran que esperar. Me esmeré en explicar lo que era un personaje normal, y dar ejemplos de los que partir. Y obviamente, casi nadie quiso ser normal. Algunas de los conceptos que recibí, que acabaron surgiendo durante el prólogo o que, de cualquier otra forma, se desarrollaron, fueron:
- Una sacerdotisa que en realidad pertenecía a otra casa, que fue extinguida, y resultó adoptada en su casa actual, donde acabó siendo la líder del sacerdocio.
- Una esclava tiefling cuya devoción a Lolth fue tal que, a pesar de no ser drow, fue marcada por Lolth en un ritual de «bautizo», de forma que socializa como una igual.
- Un varón que, harto de las mujeres de su casa, tenía como objetivo convertirse en Patriarca.
- Otro esclavo, hechicero, que oye a Lolth guiándole.
- Un mago que por cómo ha descrito sus poderes, no es un mago. Honestamente, no sé qué clase sería si usáramos el sistema D20, pero mago no.
- Una drow transgénero que, también por intervención de Lolth, su cuerpo fue transmutado y acabó como sacerdotisa.
- Una matriarca drow que, siendo de la zona más fundamentalista de la ambientación, tiene en su séquito a más miembros de otras razas que drows. Empiezan como esclavos capturados, les engatusa y los acaba liberando cuando sabe que se quedarán a su lado.
Y podría rascar más. Si todos esos fueran personajes no-jugadores, alguien ya me habría dicho que claramente no sé nada sobre los elfos oscuros. Pero son personajes jugadores. Y, por tanto, son la excepción. Por una sencilla razón.
Los personajes jugadores son los protagonistas
Los personajes tienen el derecho, incluso la obligación, de ser especiales. Son los protagonistas de la historia, y es una historia épica. ¿Por qué iban a ser igual que los demás? Luke Skywalker no es un miembro de la resistencia, es el hijo de Darth Vader, y uno de los últimos jedi. Frodo no es un hobbit más de la comarca, es el portador del anillo único en quien se deposita la esperanza de los hombres y elfos a pesar de no ser ninguna de esas dos cosas.
¿Se podían jugar esas historias si todos los personajes empezaran siendo «un tipo cualquiera»? Si. Y para la tercera sesión, o habría sucedido algo que les hiciera ser especiales o la temática cambiaría por completo.
Es comprensible, incluso deseable, que los protagonistas de la historia sean gente corriente si se quiere narrar en la cotidianidad, como un juego del estilo Slice of Life; o si se trata de una aventura donde debemos sentirnos impotentes ante unos acontecimientos que nos sobrepasan, como suele ser con los personajes de Kult que empiezan como durmientes. Y aun así… es probable que, de una forma u otra, acabe sucediendo algo fuera de toda norma que nos haga destacar de entre la muchedumbre.
¿Pero en los casos donde se quiere epicidad? No, ahí tiene que pasar algo increíble, durante la creación de personaje o el prólogo. Los protagonistas son inmunes a la normalidad.
En esta ciudad de mi ambientación de fantasía medieval, el noventa y nueve por ciento de habitantes son humanos, y vuestro grupo de personajes son un orco, un elfo, un dracónido, un tiefling, un mediano y un aasimar… sin problema. Contadme vuestro trasfondo. ¿El orco es el único superviviente de su tribu de un ataque que hizo el malvado rey Tiranus? ¿Ese rey que he escrito en la ambientación que es metódico y brutal, y que jamás ha dejado supervivientes? … De acuerdo. Si, contigo en concreto, te escapaste. ¿Qué más? ¿El tiefling es hijo de Asmodeo? ¿No hijo de cualquier otro tiefling, o cualquier otro diablo, sino específicamente del rey de los diablos, el semidiós, Asmodeo? Vale, pero no te frustres si tu papá no te habla mucho. Siguiente. El dracónido… a ver si lo adivino, charlas con Tiamat. Ah, no, ¿con Bahamut? ¿El dios de los dragones te habla a ti en concreto y una vez te lo encontraste y te regaló tu primera espada? Ok, habla con el tiefling y acordad por qué no os habéis matado todavía; siguiente… elfo, ¿tú que eres? ¿Amigo de Coralion? Espera… en realidad no eres un elfo sino… ¿un dragón? … No. No, piensa otra cosa.
El límite a la excepcionalidad
¿Os ha gustado el ejemplo hipotético de antes? Me lo he inventado, me apetecía incluir todo eso y jamás he tenido tal colección de anomalías en mesa. Pero ¿por separado? A patadas. Y sí, en ese caso que jamás ha sucedido, he dicho que no al final. A pesar de que antes he afirmado que los personajes eran protagonistas, y que los protagonistas son la excepción… pero hay límites. Concretamente, hay uno, basado en el principio que tratamos.
Los personajes jugadores son los protagonistas.
En plural. No un personaje particular de un solo jugador, sino todos. Y ese es el límite, no puede ser que un personaje eclipse al resto. Todos han de ser igualmente increíbles… o al menos estar en la misma escala.
Si todos los personajes son aventureros de nivel tres y uno en concreto es un dragón disfrazado, eclipsará al resto, tanto en la historia como en mecánicas. Es más, olvidemos las mecánicas. Supongamos que podemos inventar algo del estilo «No puedes convertirte de nuevo en dragón, ningún otro dragón te cree, y has perdido tu magia innata. Así que eres efectivamente un aventurero de nivel tres». Sigue siendo, en un juego llamado Dragones y Mazmorras, el único dragón del grupo. Sigue eclipsando a los demás.
Y seguramente el jugador se enfade. Te diga que le estás limitando, que vaya mierda jugar a rol y que no le permitas eso. Se irá de la partida y hablará mal de ti. Pero… es lo que toca. La alternativa es dejarle destruir la diversión del resto.
¿La partida de drows que he comentado al principio? Todos los personajes que he enumerado están más o menos a la misma altura. Han llamado de alguna forma la atención de Lolth, o han actuado de una forma disruptiva para sus congéneres, pero, por lo que sea, han sobrevivido a ello. Y en ese mar de conceptos, me llegó uno.
«Mi PJ es un mago drow que se convirtió en liche».
Para que tengáis una referencia, según el manual de monstruos de 2025, un liche tiene como valor de desafío 21. Un dragón plateado adulto tiene 16. Le dije que no le podía permitir ser un liche, que eso se salía completamente del ámbito del juego, pero le podía permitir ser un mago cuya ambición fuera convertirse en liche, y a ver si lo conseguía durante la partida. Contestó al mensaje con una rabieta y se marchó. No me arrepiento de nada.
El síndrome del protagonista
Como un tema colindantemente relacionado, está lo que llamo «El síndrome del protagonista», que es cuando un jugador olvida que no está solo, y actúa de una forma que eclipsa al resto. Esto puede verse en la creación de personajes, pero incluso si ahí se evita, es una plaga que persiste a lo largo de la partida.
El jugador con síndrome de protagonista no presta atención a la trama cuando su personaje no está en escena. ¿Por qué iba a hacerlo? Si no está él, no le importa. Ya se lo contarán, aunque ello conlleve que luego haga falta dedicar un tiempo extra a resumirle todo porque estaba con el teléfono.
Ese jugador empieza todas las conversaciones, porque es el único con algo interesante que decir. Si, van a hablar con la arboleda de druidas, y hay otro personaje en el grupo que es un druida… pero él, cuyo trasfondo dice que es un noble de ciudad, tiene claramente prioridad para ser el representante del grupo en esta situación.
En combate, el jugador no solo no presta atención cuando no es su turno, sino que además da instrucciones al resto sobre qué hacer. Si, no es su ficha. ¡Pero claramente él es el maestro estratega! ¿Cómo no va a tener el control de todos los PJ en el combate?
Si alguien quiere desviarse del camino para hacer su misión personal, está haciendo perder el tiempo a todos. Pero no es así cuando se trata de la suya, ¡porque claramente la historia va de él!
En fin, lo pilláis, ¿no? Encontrarse a uno de estos jugadores es prácticamente un evento canónico en la vida de toda rolera. El cómo afrontarlo es cosa de cada una, pero el axioma inicial sigue.
Los personajes jugadores son los protagonistas.
Así que cualquiera que no respete esto… debe marcharse, o rectificarse.
El personaje del director
No estoy libre de pecado como para dedicarme a tirar piedras sin más. Por si alguien no lo sabe, el personaje del director es lo que sucede cuando el director claramente quiere jugar a su propia partida, así que hace que uno de los personajes no jugadores tenga tanto protagonismo como un personaje jugador… o más.
La primera campaña de rol que dirigí tenía a un personaje así. ¿Su nombre? ¡El mismo que el pseudónimo que yo empleaba entonces! Era un general vampiro exiliado de un reino que estaba sufriendo el apocalipsis, y la razón por la que la aventura existía para empezar. Literalmente, sin ese PNJ que controlaba yo y que estaba casi siempre en escena, no había aventura.
En algún momento, los jugadores me llamaron la atención. Yo no entendía por qué, dado que era joven, y gilipollas. ¡Claro que este PNJ se ha encargado de cargarse a veinte enemigos mientras vosotros sufríais contra cinco! ¿Es que no me has oído cuando he explicado que es un militar vampiro? ¡Prestad atención!
La campaña acabó cancelada, y nada de valor se perdió aquel día. Dentro de lo que cabe, nos lo pasamos bien, y la experiencia fue enriquecedora. Pero desde luego, no fue mi mejor partida.
Los personajes no jugadores no tienen por qué ser todos planos. Pueden tener anécdotas vitales increíbles, ser muy fuertes, o inteligentes, o… ¡Lo que sea! Pero solo en la misma proporción que distancia tienen con los personajes jugadores. No pueden ser lo más interesante de la partida y estar siempre al lado chupando cámara.
¿Puede salir un dragón en la aventura? ¡Por supuesto! Y es inteligente, y es un PNJ con mucho que contar, como mi querida Kaelara, una dragona de cobre que le encanta charlar con aventureros y mecenarlos; y que, con sus siglos de vida, tiene conocimiento para dar y regalar. Pero Kaelara apenas tiene presencia. Tal vez aparece en la primera sesión, como trasfondo común de los aventureros. Les da equipo, les da consejo, les desea suerte, y luego se marcha en un círculo de teletransporte para atender otros asuntos, y no se la vuelve a ver hasta, como mínimo; pasada una semana, cuando regresa a preguntar qué tal va todo, se ofrece a resucitar a algún PJ si lo necesitan, y se vuelve a ir; esta vez transmutada en ardilla, porque se ha dejado el horno encendido. Kaelara echará una mano, y me lo pasaré genial interpretándola… pero no avanzará la historia, no resolverá todos los problemas. Solo hará cameos para ayudar, en la medida que se lo permitan.
Y así, tengo personajes no-jugadores a patadas. Una archimaga que es la cuarta criminal más buscada del reino, un caballero caído en desgracia que ha montado su propia banda de mercenarios para limpiar la infraoscuridad, el líder de un grupo de revolucionarios que tienen escondites por toda la antípoda oscura. ¡Esto son solo tres en mi partida actual! ¿Cuánto protagonismo tienen? Bueno, pues si no va nadie a hablar con ellos, ninguno. Están a sus cosas, y los jugadores deciden si les involucran en sus tramas o no. Si nadie lo hace, estarán de fondo y tal vez lleguen rumores en las posadas sobre qué están haciendo… pero ya está. Jamás son el centro de atención. Voy a repetir.
Los personajes jugadores son los protagonistas.
Los personajes no jugadores, pueden ser muy interesantes… pero la historia que se cuenta no va sobre ellos 🙂